martes, 12 de marzo de 2013

LOS CHOZOS

           Se puede considerar a los chozos como una construcción de carácter ancestral destinados a dar refugios a pastores, cabreros y a agricultores; no obstante, se pueden calificar como un resguardo efímero ya que era habitual el cambio de morada provocado por la escasez de pasto para el ganado. El fin primordial era estar cerca de los animales para evitar que se los robasen, acompañados siempre de perros.


Adyacentes a ellos se encontraban los corrales, que no eran más que unas paredes de piedras destinadas a resguardar a los animales por las noches, para evitar la dispersión que podían provocar la presencia de algún peligro (lobos, perros asilvestrados, zorros, ladrones…)
            Se localizaban habitualmente alejados de las poblaciones y siempre cercanos a alguna fuente. Su interior era espacioso y ofrecía sitio suficiente para varios camastros de madera y para guardar piensos, ropas, alimentos y pertenencias del pastor.
Estaban destinados a dar cobijo a las personas durante varios meses y en el que el único espacio que había estaba destinado a dormitorio, sala de estar y a cocina. Dentro de estas viviendas podíamos observar en los márgenes junto al muro de piedras las camas, los armarios y la despensa; y en el centro el caldero sobre la lumbre. No obstante en función de la climatología se podía cocinar en el exterior para evitar el fuego en el interior ya que cualquier chispa de la candela podría causar un desastre, llegándose a perder todas las pertenencias, que la mayoría de las veces eran esos enseres los únicos que poseían esa familia.
La techumbre vegetal proporcionaba buen aislamiento frente al viento o la lluvia ya que guardaban bien el calor. Sin embargo resultaban muy vulnerables a los temporales del invierno, por lo que tenían que ser reparados o incluso reconstruidos cada temporada. 


            Estos chozos eran unas construcciones sencillas erigidas a base de materiales del entorno: piedras, ramas de encina o acebuches, retamas, jaras y cuerdas (a veces se usaba la corteza flexible del torvisco a modo de soguilla). El proceso de construcción se iniciaba con un cimiento para dar consistencia a la pared circular que haría de base, con algo de aglomerado que trabara las piedras, a partir de dicho apoyo se elevaba la pared hasta alcanzar el nivel de un metro aproximadamente, si bien en la zona de la puerta este muro conseguía la altura de una persona. Una vez que se disponía de ese asiento se colocaban unos troncos largos y fuertes para dar la forma al monte del chozo; unidos en el centro, serían los que aguantaran el peso de todo el enramaje. A estos seis, siete u ocho palos se le entrelazaban perpendicularmente ramas más pequeñas sobre los que se entretejían taramas de encina; una vez creada esta estructura se empezaba a colocar la retama, teniendo siempre en cuenta que a cada una de ellas había que doblarla hasta casi romperla para darle la forma de un ángulo recto, era la única manera de que no se resbalasen con el viento y la lluvia (se empezaba a colocar de abajo a arriba). El suelo estaba realizado con “lanchas” de piedras.
            El chozo de pie, era otro tipo de construcción menos elaborado y para una corta duración; que en realidad era una simple tienda cónica de ramas, igualmente cubierta de materia vegetal. 


            En la Sierra de Alor, en su zona más alta, podemos observar un grupo de chozos, en los que conviven las reconstrucciones de algunos usados antaño por cabreros con otros de nuevas construcciones, destinados al turismo. No obstante sería conveniente cuidar los existentes y que se tuviera alguna protección o ayudas a su reconstrucción, como ya hiciera en su momento el desaparecido grupo de ecología GEO “Rosa de Alejandría” pionero en la recuperación del patrimonio rural en la Sierra de Alor.
Lamentablemente, se pueden observar cada vez más los restos de aquel pasado en el que los chozos llenaban de vida parte de nuestros paisajes.