sábado, 23 de marzo de 2013

HORNOS DE CAL


Horno de cal, uno de los mejor conservado.

La cal es en realidad el óxido de calcio, de fórmula CaO, también conocido como cal viva, que puede ser combinada con agua, produciéndose una reacción violenta que desprende mucho calor.
 Es un elemento imprescindible y sus utilidades fueron muy variadas en el siglo pasado: como elemento aglomerante de la argamasa en todas las obras (al mezclar cal con agua y arena, se produce una especie de mortero que se utiliza para pegar ladrillos, piedras y también para aplanar paredes y techos), se usaba para blanquear las casas (las fachadas pintadas con cal son más impermeables y más frescas), para realizar los zócalos con figuras geométricas que engalanaban los portales de las viviendas, las viñas se salpicaban con cal, los médicos recetaban agua de cal y las piaras también se desinfectaban con ella evitando epidemias. Se comercializa en forma de polvo blanco conocido como cal muerta o apagada. 

Diseminados por la sierra de Alor.
En cada casa se podía encontrar una tinaja destinada a este producto, con una caña metida en su interior para removerla y evitar que se apelmazara, en realidad es cal hidratada con un exceso de agua.
Tanta demanda exigía una gran producción, que se realizaban en los llamados hornos de cal, eran pequeñas fábricas en las que con fuego y rocas calcáreas se conseguía este producto, óxido de cal mediante la calcificación de la piedra caliza.

 Majanos de piedra.
Estos hornos se ubicaban en el mismo monte de donde se extraía la piedra, aunque también procedían de los majanos, que era una construcción típica agrícola de montones de piedras perfectamente entrelazadas que se iban retirando de los campos para facilitar las labores de labranza de los olivares, la forma más común, de estas construcciones, era tronco piramidal.

Entrada a su interior.
Estos hornos consistían en una excavación (“olla”) tapiada con piedras hasta la altura del terreno. Para producir cal, se extraía la roca calcárea y se introducía en ese cilindro; luego con grandes piedras se componía una bóveda partiendo de la base interna del horno, se cerraba en falsa cúpula por aproximación de hileras a través de una llave y se dejaban agujeros entre los pedruscos para que pudieran pasar las llamas. Sobre esta bóveda, el resto del horno se llenaba de piedra viva y se cubría con cal muerta o tierra. Sobre esta bóveda se llenaba de leña fina y se prendía fuego. Era necesario añadir leña durante algún tiempo, que variaba entre 9 y 15 días. La combustión de la madera que allí se depositaba alcanzaba la temperatura de 900 ºC llegando incluso hasta los 1200 ºC consiguiendo que la reacción fuera más rápida. La producción de cada hornada era de entre 90 y 150 toneladas de cal, una vez cocida, se tapaba perfectamente con retamas para evitar que se mojara, ya que esto deterioraría su calidad. 

Forma cilídrica.
Hasta aquí llegaban los arrieros o los peones (aprendices de albañil) con los carros tirados de mulas o los burros con los serones para cargar la cal y llevarla a las obras o venderla por las calles.
Se localizan diferentes zonas dentro de nuestro municipio donde disfrutaremos de los restos de aquellos hornos de cal, conservándose de manera desigual. Uno de los enclaves donde mejor se preservan es en la sierra de Alor donde logramos observar  varios hornos de cal, algunos en muy buenas condiciones. Otras zonas calizas, donde podremos admirar estos restos, se encuentran en el alto del Catrapós y en los márgenes del pantano de Piedraguda (en los alrededores del área de comida y descanso al que se llega a través del camino que bordea este embalse). Las visitas a estos lugares nos permiten disfrutar de un entorno muy rico desde el punto de vista botánico ya que conseguimos encontrar gran variedad de orquídeas y de plantas aromáticas.



 Horno de cal visto por detrás.




jueves, 14 de marzo de 2013

LAS ATALAYAS


 Son, las atalayas, unas construcciones militares cilíndricas de carácter defensivo de castillos y poblaciones, que se localizan en zonas elevadas como elemento de vigía.

Presentan unas estructuras simples tanto en el material para la edificación como en la disposición de sus diferentes partes. Los elementos empleados para su construcción eran muy básicos, aprovechaban el material que disponían alrededor de la zona donde iba a ser emplazada: piedras, cal, poco ladrillo y lanchas o pizarras. Su estructura estaba constituida por tres niveles uno encima del otro; la parte baja servía como almacén de leña, ramas y pasto, el nivel medio usado como hogar y el superior era una terraza, utilizada para el control de las huestes enemigas y para prender la hoguera que serviría de alarma. Dentro de las atalayas había una escalera de caracol muy estrecha para comunicar los diferentes tramos, en la que solo cabía una persona, y que se encontraba adosada a la parte interna. Las bóvedas de cada uno de los tramos se construían solapando lanchas o ladrillos hasta cerrarse en el centro. Diversas saeteras se repartían por el perímetro de la torre. Una ventana mayor orientada siempre hacia la torre del homenaje del castillo de Olivenza permitía el enlace visual directo entre las atalayas y la fortaleza oliventina.
Las hogueras realizadas desde estas construcciones comunicaban del eminente peligro a los guardias de la torre del homenaje del castillo de Olivenza; éstos, al ver el humo en la atalaya, daban la voz de alarma y con ello se mandaba a cerrar todas las puertas de la ciudad y el ejército se preparaba para hacer frente a los posibles invasores.
Algunos autores, llegan a citar hasta 12 torres de este tipo manteniéndose únicamente en pie la mayor de las Moitas, en San Jorge de Alor; seguida de la de San Amaro, junto a San Benito de la Contienda; de menor tamaño la de los Arrifes, localizada al suroeste del municipio; la de Juana Castaña, al norte; la de la Coitá, al este, conservando su base de poco más de dos metros. Otras, como la del Barroco, se encuentra integrada en otra construcción como el cortijo denominado también como el Barroco, peor suerte ha corrido la del Poceirón, que se encuentra reducida a un montón de piedras, utilizando parte de su material para la construcción de paredes para la finca. La misma suerte han corrido las denominadas de Catrapós, la Coutada, Doña María y San Gil.
La historia nos dice que algunas de estas edificaciones fueron de nueva construcción para controlar al enemigo durante las Guerras de Restauración (1640-1668) por la que Portugal se separa de la corona española durante el reinado de Felipe IV y otras fueron restauradas de otras anteriores (se hacen referencia a ellas en el “Libro de las Fortalezas” redactado por Duarte de Armas en 1509).
Estas atalayas se localizan estratégicamente de manera que el oponente no encontrase ningún resquicio que le permitiera realizar un ataque sin ser visto. Para su visita damos, además de algunos datos, las coordenadas:
 ·       Atalaya de las "Moitas". Se encuentra junto a la aldea de San Jorge de Alor, en una pequeña sierra con mucho matorral de aquí el nombre de las “moitas” con una altura de 384 m, con las coordenadas: 38°39’25.902’’ N, 07°03’38.9082W.
      Se accede desde la propia aldea. Al final de la calle Obispo Amadeo Rodríguez Magro se toma un camino desde donde se observa esta construcción. No hay un sendero que te lleve a la zona, así que deberemos guiarnos por la localización visual.
Esta atalaya se encuentra en mal estado ya que el lado norte presenta un gran agujero, su origen se debe a un pequeño seísmo ocurrido en la década de los sesenta del siglo pasado. Forma parte del patrimonio cultural, a la cual los habitantes de la aldea de San Jorge le tienen mucho apego, por lo que es aconsejable reparar, de lo contrario, desaparecerá si no se pone remedio, como ya ha ocurrido con otras.

 
 Atalaya de las Moitas
·       Atalaya de San Amaro. Está próxima a San Benito de la Contienda, en una elevación de 404 m, entre las coordenadas 38°39’55.31’’ N. 007°07’ 53.82’’ W. Debe su nombre a la sierra sobre la que se construyó; no existe escalera, por lo que no se puede acceder al segundo nivel.
Para llegar a ella hay que tomar la carretera de Olivenza a San Benito de la Contienda, para apartarnos de esta vía entorno al km 4.850 que corresponde con la entrada de una finca. Desde ahí deberemos ir campo a través.

 Atalaya de San Amaro

·       Atalaya de Los Arrifes. Al este de Olivenza. Se encuentra a una altura de 270 m. por lo que no se puede apreciar a largas distancias; para acceder a ella se debe buscar las siguientes coordenadas: 38°40’00’’ N 007°10’25’’ W. 
 ·  Atalaya de Juana Castaña. Se localiza al norte de Olivenza. En las coordenadas 38°45’27.5’’ N 007°07’45’’ W. Es de escasa elevación. Deberemos tomar la carretera que va desde Olivenza hasta Elvas    

 Atalaya de Juana Castaña

·       Atalaya de La Coitá. Al este de Olivenza, cuyas coordenadas son 38°40’ 52’’ N, 007°02’18’’ W esta se halla en muy mal estado. Es un claro ejemplo del final de todas las atalayas de no cuidarse y restaurarse.
Estas construcciones han llegado a nuestros días luchando contra el olvido y las inclemencias del tiempo; formando parte del ecosistema adehesado de nuestro municipio, por lo que los responsables actuales del patrimonio cultural les corresponden dejar este legado a las futuras generaciones.

Interior de la atalaya del cortijo del Barroco

martes, 12 de marzo de 2013

LOS CHOZOS

           Se puede considerar a los chozos como una construcción de carácter ancestral destinados a dar refugios a pastores, cabreros y a agricultores; no obstante, se pueden calificar como un resguardo efímero ya que era habitual el cambio de morada provocado por la escasez de pasto para el ganado. El fin primordial era estar cerca de los animales para evitar que se los robasen, acompañados siempre de perros.


Adyacentes a ellos se encontraban los corrales, que no eran más que unas paredes de piedras destinadas a resguardar a los animales por las noches, para evitar la dispersión que podían provocar la presencia de algún peligro (lobos, perros asilvestrados, zorros, ladrones…)
            Se localizaban habitualmente alejados de las poblaciones y siempre cercanos a alguna fuente. Su interior era espacioso y ofrecía sitio suficiente para varios camastros de madera y para guardar piensos, ropas, alimentos y pertenencias del pastor.
Estaban destinados a dar cobijo a las personas durante varios meses y en el que el único espacio que había estaba destinado a dormitorio, sala de estar y a cocina. Dentro de estas viviendas podíamos observar en los márgenes junto al muro de piedras las camas, los armarios y la despensa; y en el centro el caldero sobre la lumbre. No obstante en función de la climatología se podía cocinar en el exterior para evitar el fuego en el interior ya que cualquier chispa de la candela podría causar un desastre, llegándose a perder todas las pertenencias, que la mayoría de las veces eran esos enseres los únicos que poseían esa familia.
La techumbre vegetal proporcionaba buen aislamiento frente al viento o la lluvia ya que guardaban bien el calor. Sin embargo resultaban muy vulnerables a los temporales del invierno, por lo que tenían que ser reparados o incluso reconstruidos cada temporada. 


            Estos chozos eran unas construcciones sencillas erigidas a base de materiales del entorno: piedras, ramas de encina o acebuches, retamas, jaras y cuerdas (a veces se usaba la corteza flexible del torvisco a modo de soguilla). El proceso de construcción se iniciaba con un cimiento para dar consistencia a la pared circular que haría de base, con algo de aglomerado que trabara las piedras, a partir de dicho apoyo se elevaba la pared hasta alcanzar el nivel de un metro aproximadamente, si bien en la zona de la puerta este muro conseguía la altura de una persona. Una vez que se disponía de ese asiento se colocaban unos troncos largos y fuertes para dar la forma al monte del chozo; unidos en el centro, serían los que aguantaran el peso de todo el enramaje. A estos seis, siete u ocho palos se le entrelazaban perpendicularmente ramas más pequeñas sobre los que se entretejían taramas de encina; una vez creada esta estructura se empezaba a colocar la retama, teniendo siempre en cuenta que a cada una de ellas había que doblarla hasta casi romperla para darle la forma de un ángulo recto, era la única manera de que no se resbalasen con el viento y la lluvia (se empezaba a colocar de abajo a arriba). El suelo estaba realizado con “lanchas” de piedras.
            El chozo de pie, era otro tipo de construcción menos elaborado y para una corta duración; que en realidad era una simple tienda cónica de ramas, igualmente cubierta de materia vegetal. 


            En la Sierra de Alor, en su zona más alta, podemos observar un grupo de chozos, en los que conviven las reconstrucciones de algunos usados antaño por cabreros con otros de nuevas construcciones, destinados al turismo. No obstante sería conveniente cuidar los existentes y que se tuviera alguna protección o ayudas a su reconstrucción, como ya hiciera en su momento el desaparecido grupo de ecología GEO “Rosa de Alejandría” pionero en la recuperación del patrimonio rural en la Sierra de Alor.
Lamentablemente, se pueden observar cada vez más los restos de aquel pasado en el que los chozos llenaban de vida parte de nuestros paisajes.

 



domingo, 3 de marzo de 2013

CHIMENEAS



Chimeneas (chunes)


Entre los mayores se le denomina chuné; aquí cuando un hijo se iba haciendo mayor, llegando a la adolescencia, se comentaba entre la familia que “al niño hay que darles lecciones de chimenea” (para buscar novia), por lo que podemos decir que era uno de los lugares más importantes del hogar, ya que en torno a ella se reunían todos los miembros de la casa al calor de la hoguera. Por lo que podemos decir que era una especie de “ágora”, de escuela, comedor, cocina y sala de estar. Aquí también se contaban las anécdotas del día y de otros tiempos; se narraban cuentos e historias de lobos, de años de grandes cosechas y de sequía, qué época es la mejor para sembrar, recuerdos de seres queridos… Era la zona de calefacción ya que en los meses de invierno todos “acurrucados” se juntaban entorno a la hipnotizadora lumbre. 



Realmente este lugar hacía de cocina y de secadero de la matanza. Podíamos observar una serie de útiles para mantener viva la lumbre y  cocinar los alimentos: el soplillo, el caldero colgado de una cadena, las tenazas, la trébede (trípode usado tradicionalmente en las cocinas para elevar las ollas y pucheros sobre las ascuas en un fuego abierto) y por supuesto las sillas de bayón o los bancos construidos con las ramas de encina (normalmente era un tronco y tres ramas, los cuales hacían de asiento y de patas)

  
Por la pared frontal interna de la chimenea se encontraba el “topete”  que era una especie de resalte que servía para colocar cantaros, botijos, platos y ollas.
En los laterales de la chimenea había unos huecos que servían para ubicar útiles de cocina y también recipientes conteniendo condimentos para cocinar los alimentos.
Si miramos el interior de una chimenea podemos observar que tenían unos palos que la atravesaba de lado a lado, los cuales se utilizaban para colgar los chorizos, salchichón, “fariñera”, morcilla y el sábado.


Como era de esperar siempre había en un rincón apilado algo de leña, taramas y arbolaga (aulaga). Estas se encendían sobre una gran piedra muy resistente al calor de la lumbre y siempre estaba colocada al nivel del suelo, formado este de ladrillos; perpendicular a aquella y sobre la pared del fondo de la chimenea había otra del mismo tipo que servía para proteger la pared de la casa y para reflejar el calor en dirección a los allí presentes.


Vistas desde el exterior de la calle podemos observar su gran tamaño, la mayoría de las veces eran más grandes que las paredes de la casa, su forma es tronco piramidal y algunas cilíndricas, en la que se puede observar los huecos en la parte superior por donde salía el humo. En el medio se suele adornar con una cruz bajo la cual también aparece la fecha en la que fue construida dicha chimenea; este símbolo, pensaban los mayores, que servía para ahuyentar a los malos espíritus, ya que el viento al entrar por los huecos de las chimeneas generaba un sonido, haciendo pensar que este ruido podían ser maleficios.
 Estaban construidas con elementos rústicos que en su mayoría se elaboraban en el entorno de la localidad: piedras, cal, barro, ladrillos y tejas portuguesas.
Las chimeneas al terminar de construirse se encalaban, resaltando su color blanco ante el sol, color que se iba perdiendo con el paso del tiempo, dando paso al color ocre rojizo de la tierra.
Para disfrutar de estas chimeneas, se recomienda visitar las aldeas de San Jorge de Alor, San Benito de la Contienda y Santo Domingo, que poseen unas muestras de gran valor etnográfico. La primera aldea posee en sus fachadas, además de las más elevadas chimeneas del municipio,  unos zócalos con dibujos geométricos que realzan el tipismo y la plasticidad de sus casas, dándole un aire particular y alentejano.